Alumnos nacidos en el siglo XXI, teniendo clases con profesores formados en el siglo XX en una escuela que se parece mucho a las escuelas del siglo XIX. Ese cuadro inquietante es el gran desafío que todos los educadores brasileños enfrentamos hoy, ya sea al frente de un Ministerio de Educación, de una escuela o de un aula. Una de las preocupaciones centrales de este debate es el papel que tienen, tendrán o deberían tener las nuevas tecnologías en la educación. Es imposible negar que influirán cada vez más en la práctica de la enseñanza, así como influirán cada vez más en la práctica de los estudiantes. Negar la presencia de la tecnología en las escuelas -como hacen muchas leyes al prohibir, a priori, el uso de teléfonos móviles en las escuelas- es la forma de escapar, no la forma necesaria de abordar este importante tema. Cuando se usa indiscriminadamente, la tecnología ayuda poco e incluso puede dificultar, como lo muestra un estudio reciente de la OCDE[1] sobre el uso de computadoras y otros dispositivos en el aprendizaje. Situar a la computadora como una alternativa al docente es condenar al fracaso el uso de la tecnología en la educación, como ocurre con cualquier instrumento a favor del aprendizaje. La cantidad, en este caso, no conduce a la calidad; por el contrario, puede interponerse en el camino. Por otro lado, el mismo estudio y muchos otros presentes en la literatura brasileña e internacional muestran que, cuando se utiliza correctamente, la tecnología puede ser una gran aliada para el profesional de la educación. Permite al alumno y al profesor explorar mundos más allá de lo accesible a su alrededor; permite a ambos ir más allá de sus repositorios de conocimiento individuales, accediendo a la gran cantidad de información disponible en Internet; permite nuevas formas de interacción y colaboración, sin obstáculos geográficos; permite la publicación y el acceso a las obras en cualquier momento y lugar. Nuevamente, el gran problema que destaca el estudio de la OCDE es que todo depende de la preparación y disposición del docente. Al contrario de lo que muchos imaginaban cuando las tecnologías digitales comenzaron a "invadir" la educación, la presencia de estos nuevos instrumentos no disminuye el rol del docente, sino que lo amplía considerablemente, creando nuevas y complejas responsabilidades para este profesional. El docente del siglo XXI debe ser un mediador del aprendizaje, hábil en el arte de educar a sus alumnos para que sean aún más críticos con los contenidos que consumen de los diferentes medios, y sepa construir conocimiento real en medio de un volumen abrumador de información disponible. Es un gran desafío. Además, todo tiene que ser repensado; no sólo el papel de las tecnologías, sino todas las dimensiones del trabajo escolar: espacios, tiempos, programas, prácticas, relaciones, roles. El mundo ha cambiado y la escuela debe cambiar con él, de lo contrario ya no podrá producir ciudadanos conscientes capaces de enfrentar los desafíos que muy probablemente encontrarán en su vida adulta. ¡¡FELIZ LECTURA!!